Me tapo los ojos y sigo caminando en círculos. Doy vueltas sobre mí, pierdo el equilibrio y sigo girando hasta que me desmaye y caiga. El suelo se abre y me sumerjo entre aguas de color oscuro, nado sin respiración, agito mis brazos cada vez más débiles, luchando por salir a la superficie. Mi aura me protege en una cálida sonrisa. El bufón de la corte, la bombilla al final del pasillo, presente, demasiado, pero a la vez tan lejana. Y sigo andando para volver a caer, y dejar de sentir mi cuerpo por completo. Me recorro en mis cicatrices, son demasiado grandes como para ocultarlas. El vacío es demasiado frío, demasiado doloroso y es pura soledad. Soledad implícita en mi mente, anclada en lo más profundo de mis pensamientos, como una mancha imposible de borrar. Me pego al miedo con celofán, y me envuelvo en su calor. Demasiado calor. Quema. En mi interior se esconden océanos de dudas, y vuelve la eterna. ¿Quién? Y vuelvo. Me elevo en mi mundo surrealista, donde abundan las sonrisas, donde hago sonreír con una máscara de tragedia.
¿Y quién me hace sonreír a mí? Sólo mi propio reflejo. La mente tiene ojos que nublan nuestra vista.
Sí. Sí, sí. Síííí. Sísísísí. SÍ. Y más mentiras. Cuando es no, oculto mi cabeza entre una nube de humo, en el cielo. Llego alto y me engaño. Canto, y grito, y sonrío. Y abajo, mis pies, todo mi cuerpo es negro, con manchas blancas. Intento creer que soy la misma, que estoy jugando al escondite con mi mente. Y al instante una voz me recuerda que sólo juego a ser lo que añoro. Mantengo mis huidas, corro en un campo de cardos con los piel descalzos. Me hago daño, y no paro. Si parase me daría cuenta que las espinas en el camino desaparecen con pequeñas fórmulas. Pero cierro mis ojos, los vendo con un precioso pañuelo de seda negra. Y remiendo mis heridas con mis lágrimas, y el hilo de culpa de los demás. Tapo mis oídos con sonido a máximo volumen, y distorsiono mi alrededor. Pienso en momentos felices. Sueño. Creo películas americanas en mi cabeza, donde yo soy la protagonista de mi futuro. Me engaño a mí misma creyendo mis mentiras, y añadiéndoles más. Me pierdo. Y aunque aparte la niebla con mis manos, es demasiado intensa y me cubre por completo en un halo blanco contaminado. Reflexiono. Pienso. Mastico mis sentimientos transformándolos con mi saliva. Filtro mis pensamientos, y mantengo los malos recuerdos en tonos transparentes en el fresco de mi pared. Construyo mi propio refugio y silbo dentro. Pero, a pesar de todo, mi sonrisa continúa tatuada en mi boca por elección propia. Es mi mentira más piadosa.