El viento arrastra el polen, la mugre, como me arrastra a mí. Una máscara que vuela con mi persona, por aquel lugar que jamás visitaste, ya sonado, mi propio mundo. Es difícil escribir lo que se siente cuando no se siente nada, pero más aún, cuando se siente todo. Las raíces de mi planta están danzando por la corola, aún sin saber dónde aferrarse, sin querer hacerlo siquiera. Noto la sangre fría que corre por mis venas y sonrío, de miedo. Nadie dijo que fuese una elección fácil, no lo es. El valor se hace efímero en los momentos de tensión, mientras las palabras siguen amontonándose. Ver el mundo desde otra perspectiva, ser superior a vosotros, lleva un arduo trabajo. Es curioso ver cómo las flores se marchitan con el calor del verano, o el incómodo otoño. Pero hay que recordar que las plantas más fuertes, los cactus, tienen espinas. Y así ocurre con las personas. Tienen espinas. Sean rosas, cactus o un simple cardo borriquero. No te apacigues en el "qué puedes hacer" porque sabes que te viene grande, haz, y sé inconsciente, sé feliz. Recorre el camino marcado, y no te salgas de las líneas. Sé como el caballo que tira del carro andaluz, con los ojos vendados, siendo guiado por su amo. Agarra tu cruz y reza a tu dios por tu buen fario. Alcanza el pico de las nubes con tu nariz, y créete el centro del mundo. Mantente en flote cuando el resto se hunden. ¡Eres un campeón! Ahora mírate al espejo. ¿No ves nada? Es el reflejo de tu propia mentira, tu propia existencia, tu fe. El ejemplo claro de un mundo que no entiendes, ni soportas. Y fustigas tu almas con delirios de grandeza absurdos. Eres la oveja apunto de ser esquilada, aunque sea la líder del grupo. El pastor va a degollarte. El pastor, que tú mismo has inventado.
Cruzas los dedos y ruegas. Y sólo se te ocurre decir: "amén".