Asco. Asco y odio. Siento la necesidad de cortarme las venas, y no conforme, mancharte con mi sangre y que se meta dentro de tus párpados. ¿La sientes? Es fría y dura. Puedes saborearla. No sabe a hierro, sino amargo. El frío me alcanza, se cuela por detrás de mi camisa, y eso me gusta. Es la hora de dar rienda suelta a mi mente. Y nunca rendirme. No recrimino, sino rectifico. Tú y tu conciencia podeis parecer limpios, pero seguireis siendo la misma mierda, y lo sabes. Te contemplas cada mañana en el espejo y la imagen te da nauseas. Voy a mirarte por encima del hombro, porque a ti te gusta ponerte detrás y agacharte. Pero te advierto, será la última vez que me de la vuelta. Prefiero vivir en mi mundo de ficción a tu realidad hipócrita. Dime si te consuelan tus propias palabras, a mí no. Ahora piensa, ¿qué has hecho por mí? y después, ¿qué no has hecho? No necesito que sea una fecha señalada para hablarte, tú sí. Y me da asco, repito: ascO, asCO, aSCO, ASCO
Y ODIo, ODio, Odio, odio....
¿La verdad duele? Te aguantas, y tragas. Si lo hago yo, ¿por qué no lo haces tú? Escapa y evádete, refúgiate en tu propia mierda y deja de pensar. Pero sabes que no te servirá más que para alargar la fecha de tu suicido. Lo siento, pero soy fría, y ya me da igual verte muerto.
Sólo una cosa más... Cuidado cuando me lees, porque si te das por aludido, es que aún no entiendes nada. Lástima.
¿Aún eres tan inútil que te crees todo lo que digo?
Los arpegios del piano no son suficientes para consolarme. Soy un montón de ropa que alguien metió a presión en una maleta. No caben más calcetines. No. No hago más que escribir testamentos. Legados que presagian el final. Aún no sé de qué. Alguien dijo que evadirse era lo mejor, yo vivo a base de evasiones. Y no creo que sea lo mejor. Es agotador girar la cara siempre. Pasar a ser la única mala perdonando el dolor que te causaron. Siempre en tu contra. ¿Y qué hay de mí? Los cachos son demasiados difíciles de componer para hacer un conjunto lógico. No es fácil pensar que no hay clavos cuando se te meten hasta las entrañas y desgarran tu piel. Y ya no sangras, ya no lloras. Ya no. Ahora eres un ser casi inerte. Cerca de la muerte, donde parecen yacer tus sentimientos. Pero sólo son apariencias. No quiero seguir quemando el papel de mi pasado, seguir mirando hacia delante sólo por sobrevivir. No quiero. No quiero. No quiero nada de lo que se me ofrece. Tal vez sea demasiado exigente. O quizás no me den algo lo suficientemente bueno. No concibo ningún error más en mi cabeza, no más fallos en el sistema. No más lágrimas. No más sangre. NO MÁS. Ya tengo suficiente. Piso con más fuerza de la que creo, y marco mi huella, y así será, lo quieran o no.
No más mentiras. No más ambivalencia. Basta. Ahora me toca a mí.
Una lágrima cae, y me hace presa. Una versión intimista del mundo. De mi propio mundo. Mis ojos están cerrados con tanta fuerza, que ni la mayor palanca podría abrirlos. Envasados al vacío. No estoy ciega, puedo ver. Aunque no me sirva de nada, pues todo es engañoso. No soy débil por llorar en silencio, sólo humana. La fuerza, por suerte, siempre me acompañó en el camino. Subir, subir y subir, para volver a caer. Mi vida escrita en pañuelos desechables. Una cortina de humo que me evade, y me oculta entre mis propias sombras. No es fácil vivir con la amenaza de tu propia extinción. La ambivalencia de mi mente cada día es más pronunciada. El rumbo ha dejado de tener sentido, sólo andar. Por suerte, aún me queda mi propia droga, la que jamás me quitarán, mi esperanza, mi ilusión y mis sueños. La música me envuelve y la escritura calma mi dolor. Dolor que no entiendo. Dolor que nunca entenderé. Una gran enemiga que flagela mi alma, que quiere verme muerta, que zarandea mis pasos, para que pierda el equilibrio. Mi propia imaginación, mi mayor traidora.
No se reduce a la adolescencia.
Simplemente, es más fácil apagar el incendio desde fuera.