Un, dos, hop!
Para el malabarista de la pista
Tus secretos están guardados en un cajón con forma de buhardilla. Veinte metros cuadrados que engloban tu mundo, de techo bajo. Los colores de las baldas dibujan un fresco cubista sobre la pared, envolviéndolo todo. Tus miedos maquillados tras una sonrisa sincera y tus lágrimas al compás de tus malabares. En el teatro de tu vida no hay cabida para obras sin final feliz. Tu esperanza plasmada en cada surco de tu cara. Cicatrices del pasado. Tu corazón se cosió con parches de aquellos que te han querido, una bondad infinita tras una carpa de circo, donde guardas tus sueños. El aire nos ahoga y una silla es suficiente para tener la ciudad a nuestros pies. Como gatos en la noche, abrimos la ventana y salimos por ella, entrando a un mundo enteramente nuestro. Un hotel de mil estrellas. Sentados sobre el tejado, cerca de donde se guardan los deseos, cantamos una canción a las calles. No son las chimeneas tiznadas las que forman Madrid, tampoco esos cristales rotos, sino nosotros. Gritamos a la luna con esperanza, y las luces se encienden. Mis pies se convierten en garras al saltar de azotea en azotea, mis brazos se vuelven alas y volamos. Un viaje en nuestra mente. Mostramos carcajadas al mundo y en silencio nos miramos. No hay palabras, sólo comunicación. Será nuestro pequeño secreto. Me envuelves en tu protector abrazo, sellando un beso en mi frente. Nuestra imaginación navega por esos ríos de hormigón hasta un punto impreciso. El paisaje es desolador, pero lo tenemos TODO. Madrid nos contempla, porque nosotros la hemos creado.
Y en mi recuerdo, cada día, florecen las mismas palabras que a fuego grabaste: Esta noche, nos vemos en el desierto, debajo del arcoiris, al otro lado del horizonte, tú y yo. No olvides traer agua.
El sonido de los violines hace que me hunda, sus cuerdas me desgarran la piel, dejando fuertes rasguños, imposibles de sanar. Noto como el agobio se apodera de mí, y con mis lágrimas, la esperanza se marchita. Soledad. El jardín frondoso de mi garganta no para de crecer, hasta ahogarme. Como mi llanto. Notas lánguidas que inundan mi mente. Mi propio réquiem. Dolor por el pasado, por el amor. Deseo dejar de soñar y zambullirme en ese pantano negro que se encuentra en algún rincón de mi propio mundo. Mi sufrimiento se asemeja al de una muerte, mi propia muerte. Anhelo sentir un ápice de felicidad, y no puedo. La luz no traspasa por esa tela opaca que me cubre. Los ríos que atraviesan mi rostro queman, y una voz en mi interior me chilla al oído con tan intensidad que sólo oigo el pitido que provoca su resonancia. Me mareo, pierdo el equilibrio, porque ya no soporto más esta carga que pesa sobre mí. Muerdo mi labio con tanta intensidad que sangra, y la sangre cae por mi cuello dejando un halo espeluznante. Respiro hondo y dejo de sentir el aire que me asfixia. Contemplo mis muñecas, imagino su corte transversal y lo ansío. Sólo quiero dejar de sufrir. Aprieto los dientes con tanta fuerza que podrían romperse. Y mis ojos fluyen, sufren por las cataratas que provocan. Me hago agua, me hago nada, Y me siento débil. Nadie puede ayudarme, es una estructura montada dentro de mi mente. Una base tan sólida que es imposible derruir. Soy yo quien me metí en este laberinto, y yo he de encontrar la salida, si quiero. Mi mirada perdió su rumbo, se encuentra vacía. Cierro mis ojos y miro al cielo, dejo que la lluvia termine de empapar mi cuerpo. Tengo pedazos de mi corazón cristalizado por mis venas, se evaporan. Sólo pido paz. Suplico a las estrellas que me den una señal. Quiero dejar de sentir pinchazos en mi pecho. Los latidos retumban en mi cabeza, me impiden respirar. Mis manos están agrietadas por el frío. Frío que me empeño en sentir. Mi alma se perdió en lo más profundo de un pozo. Sin fondo. Mi droga es el miedo, y es la más pura. Grito a pleno pulmón por lo que no tuve. Por lo que perdí. De cara al público una apariencia, de noche, sola, otra. No puedo combatir mi dualidad.